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jueves, abril 06, 2017

Historia del Rey que hacía desiertos



Erase una vez un rey que había nacido con un defecto en el corazón y que vivía en un gran palacio –como suelen ser siempre los palacios de los reyes-, cercado por desiertos por todos los lados menos por uno. Siguiendo el gusto que le imponía su defecto con que había venido al mundo, mandó arrasar todos los campos de alrededor, de tal modo que, asomado por la mañana a la ventana de su cuarto, sólo podía ver desolación y ruinas hasta el fin y el fondo del horizonte.

Y quien esto lea y no lo cuente,
en ceniza muerta se convertirá.

 Arrimado al palacio, por la parte de atrás, había un pequeño espacio cercado por un muro. Este espacio parecía una isla y se había librado por estar a salvo de las miradas del rey, a quien complacían más las vistas de la fachada noble.
Sin embargo, un día el rey se levantó con hambre de más desiertos y se acordó del huerto que un poeta de la corte, adulador como un perrillo faldero, había comparado con un espino que picara la rosa que, a su ver, era el palacio del monarca. Dio, pues, el soberano la vuelta a la real morada, llevando tras él a los cortesanos y a los ejecutores de sus justicias, y fue a mirar el torvo muro blanco de vergel y las ramas de los árboles que allí habían crecido. Se pasmó el rey ante su propia indolencia al consentir semejante escándalo y dio unas cuantas órdenes a sus criados. Saltaron éstos el muro con gran alarido de voces y serruchos y cortaron las copas que sobresalían.

Y quien esto lea y no lo cuente,
en ceniza muerta se convertirá.

 Vio el rey el resultado, miró a ver si sería bastante, consultó con su corazón defectuoso y decidió que había que derribar los muros. De inmediato avanzaron unas pesadas máquinas que llevaban colgadas grandes mazas de hierro que, balanceándose, dieron con los muros en tierra entre un enorme estruendo y nubes de polvo. Fue entonces cuando aparecieron a la vista los troncos degollados de los árboles, los pequeños bancales y, en un extremo, una casa toda cubierta de campánulas azules.

Y quien esto lea y no lo cuente,
en ceniza muerta se convertirá.

Por los espacios que los árboles dejaban, pudo ver el
Rey el final del horizonte, pero temió que, de repente, crecieran las ramas y acabaran arrancándole los ojos, así que dio más órdenes y una multitud de hombres se lanzó al vergel para arrancar de raíz todos aquellos árboles y quemarlos allí mismo. El fuego acabó con los planteles y se dice que, por este motivo, la corte decidió organizar un baile, que el rey abrió solo, sin pareja, porque, como queda dicho, el rey tenía un defecto en el corazón.

Y quien esto lea y no lo cuente,
en ceniza muerta se convertirá.

 Acabó la danza cuando se apagaban las últimas llamaradas y el viento arrastraba el humo hacia el fondo del horizonte. El rey, cansado, fue a sentarse en el trono de recorrer las calles y concedió besamanos, mientras miraba con el ceño fruncido la casa y las campánulas azules. Dio una nueva orden a gritos y, de inmediato, ya no hubo ni casa, ni campánulas azules, ni nada, a no ser el desierto.

Y quien esto lea y no lo cuente,
 en ceniza muerta se convertirá.

Para el malvado corazón del rey, el mundo había llegado, al fin, a la perfección. El soberano se disponía ya a volver, feliz, a su palacio, cuando de los escombros de la casa salió una figura que empezó a andar sobre las cenizas de los árboles. Era quizá el dueño de la casa, el que cultivaba aquella tierra, el que levantaba las espigas. Y cuando este hombre andaba, le tapaba la vista al rey, acercándole el horizonte hasta el palacio, como si lo fuera a sofocar.

Y quien esto lea y no lo cuente,
 En ceniza muerta se convertirá.

Entonces el rey sacó la espada y, al frente de los cortesanos, avanzó hacia el hombre. Cayeron sobre él y, sujetándolo de brazos y piernas, en medio de la confusión sólo se veía la espada del rey subir y bajar hasta que el hombre desapareció, quedando en su lugar un gran charco de sangre. Éste fue el último desierto que hizo el rey: durante la noche, la sangre fue avanzando y rodeó el palacio como un anillo; a la noche siguiente, el anillo se hizo más ancho, y cada vez más, hasta el fin y el fondo del horizonte. Sobre este mar hay quien dice que vendrán navegando un día barcos cargados de hombres y semillas, pero también hay quien dice que, cuando la tierra acabe de beber la sangre, ya no será posible rehacer ningún desierto sobre ella.

Y quien esto lea y no lo cuente,
 en ceniza muerta se convertirá.


Jose Saramago



http://pajaroalviento.blogspot.com

martes, octubre 11, 2016

Canción para mi hijo




Pablo Ruiz Picasso


Esta canción te envolverá en su música,
hijo mío, como un cálido abrazo de amor.
Mi canción rozará tu frente
como el beso con el que te bendigo.

Cuando te duela la soledad,
esta canción mía estará a tu lado,
susurrándote al oído;
cuando una multitud te rodee,
te protegerá sin sofocarte.

Mi canción dará alas a tus sueños y conducirá
tu corazón hasta la frontera del misterio.
Cuando la noche oscurezca tu camino,
te guiará como la estrella más confiable.

Mi canción brillará en tus ojos
y llevará tu mirada hasta la esencia de todo.
Y cuando la muerte silencie mi voz,
mi canción te hablará, hijo mío,

desde lo más profundo de tu corazón.


Rabindranath Tagore
(India, 1861-1941)



martes, julio 12, 2016

Haikus de las cuatro estaciones - Matsuo Bashō



Primavera
Un leve instante
se retrasa sobre las flores
el claro de luna

Por todas partes
se precipitan las flores
sobre el agua del lago

Brisa ligera
apenas tiembla
la sombra de la glicina

El crisantemo blanco
el ojo no encuentra
la menor impureza

Al olor del ciruelo
surge el sol
sobre el sendero de montaña


Buson Yosa

Verano
Allí donde el cucú
desapareció
hay una isla

Templo de Suma
oigo las flautas antiguas
desde la sombra de un árbol

Puente suspendido
a las plantas trepadoras
se aferran nuestras vidas

El primer melón
lo cortamos en cuatro
¿o bien en tajadas?

La primavera pasa
lloran los pájaros y
son lágrimas los ojos de los peces




Otoño
Lluvias frías
hasta el mono quisiera
un abrigo de paja

¿Con qué voz cantarás
y qué canto araña
en la brisa del otoño?

El sonido de la campana
se expande en la bruma
del alba

Dios está ausente
las hojas muertas se amontonan
todo está desierto

Nada dice
en el canto de la cigarra
que su fin está cerca




Buson Yosa

 Invierno
Hielo nocturno
me despierto
mi cántaro estalla

Tan enjuto
como el salmón seco
el bonzo en el frío

 Sol de invierno
sobre un caballo
mi silueta helada

Desolación invernal
en un mundo uniforme
el ruido del viento

¿La nieve que cae
es otra

este año?