una cruz de silencio y de ceniza
sobre el impuro nombre que padezco.
y que me pudro bajo las hormigas.
Dile que soy la rama de un naranjo,
la sencilla veleta de una torre.
acariciando el hueco de su ausencia
donde su ciega estatua quedó impresa
siempre al acecho de que el cuerpo vuelva.
y yo en vano esperé bajo su sombra.
Ya es tarde. Soy un mudo pececillo.
estas grises palabras, estos dedos:
y la gota de sangre en el pañuelo.
una oscura perdiz, un falso anillo
a una orilla de juncos olvidados;
dile que voy del azafrán al lirio.
Dile que quise perpetuar sus labios,
habitar el palacio de su frente.
Navegar una noche en sus cabellos.
Aprender el color de sus pupilas
y apagarme en su pecho suavemente,
nocturnamente hundido, aletargado
en un rumor de venas y sordina.
el cuerpo que vestí de mi cariño,
me quedé fijo, roto, desprendido.
mirad al norte, preguntad al cielo.
Y os dirán si aún espero o si anochezco.
cuando yo sea el ojo de la Luna,
impar sobre la frente de la noche,
adivinando conchas de la arena,
el ruiseñor suspenso de un lucero
y el hipnótico amor de las mareas.
sembrada una sonrisa en el tomillo,
otra sonrisa la escondí en Saturno
y he perdido la otra no sé donde.
y a la vigilia del tejado fría.
ni que yo puse espinas y gusanos
a morder su amistad de nube y brisa.
ni el que un cansado amor paga en monedas.
¡No soy el que frecuenta aquella casa
presidida por una sanguijuela!
a que lo estruje un ángel de alas turbias.)
a los niños, a las constelaciones…
Soy una verde luz desamparada
que su inocencia busca y solicita
con dulce silbo de pastor herido.
un alto gesto encuentre en equilibrio:
la golondrina en cruz, el aceitado
vuelo de un búho, el susto de una ardilla.
un índice con cieno en las paredes
de los burdeles y los cementerios.
bajo una seca máscara de esparto.
ciñendo en espiral viscosa y lenta.
para enterrar mi llanto en la neblina.
en la hoja del acanto y en la acacia.
O dile, si prefieres, que me he muerto.
mi fantasma en la nave del espejo.
Tal vez me llore en el laurel o busque
mi recuerdo en la forma de una estrella.
La vida de Emilio Ballagas fue paralela cronológicamente a la de nuestra presidenta, pues nacieron con un solo año de diferencia y murieron ambos en 1954. Emilio Ballagas -a la izquierda junto a su hijo- nació en Camagüey (Cuba) el 7 de noviembre de 1908 (mañana es su cumpleaños) y falleció en La Habana con sólo 46 años de edad. Profesor universitario y periodista, en los años 30 su obra participa de las dos corrientes principales de la poesía vanguardista cubana: la poesía pura o purista (cuya máxima representante en Cuba fue Dulce María Loynaz) y la poesía negra (folclórico-musical) de homenaje a los más humildes, pese a que Ballagas era blanco y de familia burguesa. Una muestra de su poesía pura son los poemarios Júbilo y fuga (1931), Sabor eterno (1939) y Nuestra Señora del Mar (1943). Entre su poesía negra se destacan la Elegía de María Belén Chacón, seguramente su obra de carácter más popular, Canción para dormir a un negrito, uno de sus poemas más tiernos, y el Cuaderno de poesía negra (1934). También se ocupó de compilar la importante Antología de poesía negra hispanoamericana (1935) que lo convirtió en una de las principales figuras de esta corriente, junto a su máximo representante, Nicolás Guillén. Más tarde, sus versos ahondan más y más en el sentido de la vida, humanizándose de manera prodigiosa y empapándose de preocupaciones espirituales y filosóficas, sin renunciar por ello a la armonía y hermosura del lenguaje. Quizá el ejemplo más impresionante de su profundidad sea el poema Nocturno y Elegía. Quien desee conocer más sobre Emilio Ballagas y su Obra, visite el siguiente enlace en El Caimán Barbudo y podrá leer un artículo de Leopoldo Luis en el cual se dice: "Algunos poemas perduran. Sin importar cuándo fueron escritos, conservan intacta la frescura, como si la aspereza del tiempo no alcanzara a marchitarlos; al margen de giros estéticos, corrientes o tendencias."